Muere a los 81 años el músico Sixto Rodríguez, protagonista del documental ‘Searching for Sugar Man’

La película de 2012 descubrió la vida anónima del cantautor que, sin saberlo, fue un símbolo contra el Apartheid

Medio mundo descubrió a Sixto Rodríguez en el verano de 2012 y lo olvidó antes de 2014; como en un amor de juventud. La música de Rodríguez, a medio camino entre la canción de autor dylaniana y el soul setentero, su figura ajena a todo y su historia, noble, triste y un poco absurda, se convirtieron en una obsesión que aparecía en el hilo musical de las tiendas, en las conversaciones con los amigos y en los reportajes de las revistas. Rodríguez era el protagonista esquivo de Searching for Sugar Man, un documental de producción modesta, como los hay tantos hoy en las plataformas de streaming, que dio por sorpresa con la tecla de millones de espectadores en todo el mundo. En el fin de semana de su estreno en Estados Unidos recaudó 27.000 dólares y después fue mejorando su resultado día a día hasta permanecer 57 semanas en cartelera. Una década después de aquel flechazo, Rodríguez ha muerto en Detroit, a los 81 años.

¿Quién era Rodríguez? Un cantautor de Detroit de origen mexicano que circuló por carreteras secundarias en la industria de la música en los primeros años 70, cuando publicó dos discos que pasaron más o menos desapercibidos: Cold fact (1970) y Comng for reality (1971). Su discográfica quebró y dejó su tercer disco sin terminar y Rodríguez se resignó a dejar la música como un hobby para las noches de los sábados y a ocuparse como trabajador en una empresa de demoliciones.

El giro de su historia consistió en que, a mediados de los años 80, aquellos discos perdidos reaparecieron por casualidad en Australia y Sudáfrica, donde se convirtieron en éxitos. En Sudáfrica, en los años en los que el Apartheid empezaba a hacer grietas, las canciones de Rodríguez, inocentemente antisistema, se convirtieron en un símbolo misterioso para los blancos que luchaban contra el sistema segregacionista. ¿Misterioso, por qué? Porque nadie sabía quién era aquel Rodríguez.

En ese malentendido indagaba Searching for Sugar Man, la película de 2012 que, por encima de todo, se ganó a sus espectadores gracias, en parte, a su banda sonora, a las canciones de Rodríguez que sintetizaban encantadoramente la música de su momento. Su segundo aliciente era de tipo moral: Malik Bendjelloul, el director sueco del documental, convertía a Rodríguez en una especie de Bartleby de la música pop, un hombre que podía vivir con el fracaso e ignorar el éxito. Y aún había un encanto más: Searching for Sugar Man también servía para descubrir la cultura de los sudafricanos blancos liberales que en la década de los 80 quisieron romper con el mundo brutal de sus padres.

«Rodríguez inspiró un movimiento de libertad en los momentos más duros del apartheid», explicó en 2012 Malik Bendjelloul en EL MUNDO. «Fue el único cantante que llegó a ser popular en Suráfrica con un mensaje político subversivo. Fue un referente para el movimiento liberal blanco en el país». ¿Blanco? «Sí, eran fundamentalmente los blancos los que le escuchaban. Eso se ve en la película. Sin embargo, una vez presentada la cinta me llevé sorpresas. En Durban, un hombre me buscó y me dijo que era amigo del activista Steve Biko y me aseguró que también él, el icono anti-apartheid, fue un fan declarado de Rodríguez».

Bendjelloul se suicidó en 2014, enfermo de depresión y, al pensarlo, era imposible no sentirse un poco extraño. Su mirada sobre Sixto Rodríguez tenía algo vitalista y humorístico: había un momento en el que se contaba en Searching for Sugar Man que el cheque con los derechos de autor para la estrella por accidente salió de Sudáfrica hacia Detroit, pero que nunca llegó a las manos de su legítimo dueño. Alguien, nunca se sabrá quién, lo cobró. pero no siquiera eso importaba tanto como para no contar la vida como una broma. La historia del cheque aparecía en la película como algo gracioso, no como una injusticia.

«Es muy fácil sentarse con Sixto y charlar durante horas», contaba en la época del estreno el cineasta sueco. «Y siempre se le ve tranquilo, feliz… Antes y después de la película. Es su carácter. No le gusta ni hablar ante la cámara y ni hacerlo de sí mismo. Recuerdo que tras seis meses de producción y larguísimas horas juntos, no conseguí tener una sola entrevista decente. Es así».

Es verdad que Bendjelloul omitió alguna información de su película: el éxito inesperado de Rodríguez en Sudáfrica tuvo una réplica en Australia y el cheque australiano sí que llego para arreglar la vida del músico. La película tampoco indagaba más allá de lo superficial en los límites de la lucha blanca contra el Apartheid ni en el hecho de que Rodríguez, hijo de mexicanos, creciese y viviese en Detroit, la ciudad que vivió los peores disturbios raciales en Estados Unidos de su generación. Pero eso es aplicar la mirada de 2023 a una película de 2012, encantadora, sencilla. Sixto Rodríguez se pasó aquel año dando conciertos con sus viejas canciones y tocó incluso en Barcelona y todo el mundo lo quiso mucho ese verano.

¿Qué fue antes Federico García Lorca, poeta o viajero?

«Al viajar van desfilando una serie interminable de cuadros naturales, de tipos, de colores, de sonidos, y nuestro espíritu quisiera abarcarlo todo y quedarse con todo lo retratado en el alma para siempre”.

Lo escribió Federico García Lorca y ahora La Línea del Horizonte recupera estas palabras en Impresiones y paisajes. Se trata de la primera obra publicada del granadino, un libro “muy poco conocido, salvo quizá para especialistas en Lorca”, nos explica Daniel Marías, experto en literatura de viajes que, ante el centenario de la obra, pensó que recuperarla podría ser un bonito homenaje al escritor.

Se puso a ello junto a la editora Pilar Rubio y su compañero y amigo José Manuel Querol, que nos cuenta: “Daniel y yo tenemos, en cierto modo, visiones complementarias, él como geógrafo, y yo como filólogo”.

Para Querol, este texto primerizo del poeta es, sin embargo, “completamente lorquiano” en cuanto a estilo e influencias.

Es fruto de varios viajes realizados en su época universitaria, en compañía de otros estudiantes y guiados por un profesor que dejó en él una gran impronta: Martín Domínguez Berrueta, que enseñaba Teoría de la Literatura y las Artes en la Universidad de Granada y que seguía los postulados de la Institución Libre de Enseñanza.

“Domínguez Berrueta tenía buenos contactos y gracias a ello visitaron lugares de muy difícil acceso y fueron recibidos por personajes como Antonio Machado”, recuerda Querol.

“Sin embargo, no de todos esos sitios hay rastro en su obra; es más, están ausentes en ella casi todos los más conocidos. Se puede decir que Lorca quiso ser original en este sentido, algo que en un autor novel es de desear”.

Su bella prosa recorre Ávila, Burgos, Granada… “con una síntesis entre la impresión viajera, la antropología y la literatura en estado puro. El ánimo de Lorca era, en cierto modo, total, esto es, no parcelado sino experiencial en sentido absoluto.

Y teniendo en cuenta que quien está haciendo la descripción es un ser humano de una sensibilidad extrema y de una inteligencia muy grande, con dotes de descripción literaria impresionantes y un entusiasmo arrollador propio, no solo de la juventud y del primer descubrimiento de los lugares, sino de su personalidad”, prosigue Querol.

El experto sugiere que Federico pretendía encontrar lo que los románticos llamaban el volkgeist, el “espíritu del pueblo”, a través de sus descripciones.

“El espacio físico, la historia, el paisaje humano, las piedras construidas por los hombres y la descripción de costumbres, desde el punto de vista de la emoción, dan lugar a esa necesidad que siempre ha tenido España de preguntarse por su esencia, su diversidad y su unidad.

No como vago nacionalismo político, que eso creo que no interesaba demasiado a Lorca, sino como necesidad de comprender la pertenencia al paisaje, de proveerse de la emoción productiva. El texto es esencialmente literario, pero, más que eso, es un texto humano, como toda la buena literatura”.

Para Marías, el dominio del lenguaje del celebérrimo autor y su carácter altamente poético convierten este libro en imprescindible.

“Lorca era muy sensible y se fijaba en cuestiones que para otros hubieran pasado desapercibidas. Quizá algunos lo considerarán demasiado cursi, barroco o superficial. Su extraordinaria sensibilidad le hizo disfrutar mucho, pero también sufrir mucho. El viaje exacerba los sentidos, y también las vivencias, y él no fue ajeno a esto.

El caso es que, pese a su bisoñez y al conservadurismo imperante en la época, no tuvo el menor reparo en hacer comentarios críticos o despectivos, a menudo relacionados con cuestiones vinculadas con la religión católica, o en incluir descripciones subidas de tono. Esto refleja o bien valentía o insensatez”.

Curiosamente, uno de estos comentarios negativos que realizó por escrito fue el motivo por el que su profesor, Domínguez Berrueta, se distanció de él.

¿Qué queda de esta España que tanto emocionó al poeta? “Podría decirse que nada y que, al mismo tiempo, sigue estando de manera muy real. Depende de los ojos del viajero”, aventura Querol.

“Es evidente que la transformación del paisaje, del paisanaje, las infraestructuras, incluso la desertización y el vaciado de la España rural, el progreso y todas sus bondades y maldades han transformado lo que él describió; pero en esencia a Lorca le interesaba más la emoción que podían transmitir el entorno y las gentes, las costumbres o los ritos”.

Los prologuistas sostienen que el Lorca de Impresiones y paisajes está aún bajo la doble influencia de la Generación del 98 y del simbolismo modernista, que se se da la mano con un incipiente surrealismo.

“Creo que este libro interesará, y mucho, a quien quiera descubrir una imagen emocional y subjetiva de la España profunda, no solo de principios del siglo XX, sino de la España permanente”.

Y remata Querol: “El componente emocional de la obra abre el camino de la ensoñación, consustancial al viaje, y las puertas a un viaje diferente, en el que la guía turística es sustituida sutilmente por la reflexión del viajero, que el lector se ve tentado de confrontar con la suya propia. Para aprender, disfrutar y, cómo no, soñar”.

Autor: Clara Laguna
Fecha: 15 enero 2020
Fuente: Traveler

Los escritores y el alcohol: literatura con una copa en la mano

La bebida relaja e inspira, pero también encarcela y mata. Muchos autores pasaron por ese infierno. Algunos, además, lo contaron

Capote, Dorothy Parker, Clarice Lispector, Oscar Wilde, Raymond Carver y Juan Rulfo

Capote, Dorothy Parker, Clarice Lispector, Oscar Wilde, Raymond Carver y Juan Rulfo

«Soy alcohólico, drogadicto, puto y un genio», se jactaba Truman Capote. Sin intenciones apologéticas, diremos que cinco de los siete premios Nobel de Literatura norteamericanos fueron unos borrachos de temer. A saber: Hemingway, Sinclair Lewis, Faulkner, Eugene O’Neill y Steinbeck. La adicción al alcohol arruinó la vida de muchos y hasta los arrastró a la muerte e interfirió en su creatividad aunque Hunter Thompson insistía en que sus mejores libros los había escrito borracho, mientras Alejandro Dumas dilapidó en alcohol la fortuna amasada gracias a la literatura.

¿Que por qué beben los escritores? Consultado Baudelaire sobre la adicción de Poe (que en realidad ni siquiera bebía tanto, tenía poca resistencia al alcohol e inmediatamente tras un par de tragos quedaba completamente beodo), dijo que para el poeta era un arma «para matar algo que tenía en su interior, una lombriz que no lograba aniquilar». Y el autor de Las flores del mal sabía de qué hablaba: se perdía él mismo en laberintos de absenta junto a su amado Rimbaud.

Samuel Beckett, que también fue secretario de James Joyce, heredó de éste no solo la pluma sino la pasión por el whisky. Graham Greene escribía daikiri en mano, Jim Worwood, igual. Mientras Raymond Carver era un borracho encantador, Melville se volvía muy agresivo y Faulkner aumentaba su ya de por sí enorme arrogancia. Los rioplatenses Juan Onetti y Pablo Ramos también vivieron sus infiernos bajo los efectos de la bebida.

Edgard Allan Poe, Juan Carlos Onetti y Charles Baudelaire
Edgard Allan Poe, Juan Carlos Onetti y Charles Baudelaire

Cuenta María Moreno en su Black out que «el alcohol corta la cronología, por la amnesia y la repetición». Continúa diciendo sobre su libro que sus amigos de juerga «ya no están, ya no tengo con quién beber. Se acabó la fiesta. Por eso Black out es un libro de duelo, pero no melancólico porque ya no los extraño, los recuerdo». El mexicano Juan Rulfo se desintoxicó tras doce años de adicción para entregarse a la Coca Cola y el peruano Alfredo Bryce Echenique se ha enorgullecido de declararse el escritor más borracho del mundo. El absenta enamora desde su color verde hasta el aroma dulce que invade la nariz. «¿Cuál es la diferencia entre un vaso de absenta y el ocaso?», escribirá Oscar Wilde, quien junto a casi todos los surrealistas franceses, se embriagaron hasta perderse en la verborrea e inspiración que, garantizaban, ofrecía el licor.

Para entender cómo hombres y mujeres inteligentes y sensibles se ahogaron en olas de alcohol hay que considerar su efecto: una medida de whisky es a la vez un intoxicante y un depresor que actúa en el sistema nervioso central. Una sola copa de champagne produce un estado de euforia tal que inmediatamente va ligado a la ansiedad y al miedo por la reducción de la actividad cerebral. Hay otros factores, un intrincado mosaico de componentes: la herencia genética, la ansiedad, las drogas y un largo y triste etcétera.

Graham Greene, María Moreno y Alfredo Bryce Echenique
Graham Greene, María Moreno y Alfredo Bryce Echenique

«Me gustan los venenos más lentos, las bebidas más amargas, las drogas más potentes, las ideas más insanas, los pensamientos más complejos, los sentimientos más fuertes», escribió la gran Clarice Lispector. Judía de origen ucraniano, la escritora brasileña pasó de ser voluntaria en la Segunda guerra mundial a madre independiente que tuvo que sacar a flote a su familia. Escribía, fumaba y bebía con fruición. Una noche se durmió con un cigarrillo prendido e incendió su habitación lo que le causó severas quemaduras en el cuerpo. Su mando derecha se vio muy afectada y tras meses de hospital, cayó en una profunda depresión aunque continuó con sus escritos.

Tennesse Williams, el enorme damaturgo estadounidense, abrumado por la depresión, bebía tanto que rozó el delirio en más de una oportunidad. «Dos whiskies en el bar, tres tragos por la mañana, un daikiri en otro bar, tres copas de vino en el almuerzo y tres en la cena; dos tranquilizantes, tres pastillas de color verde y otra amarilla que no recuerdo el nombre», escribió una de las tantas veces que tuvo la intención de empezar una rehabilitación. Y aunque no parecía que pudiera ir a peor, cuando su compañero de vida, Frank Merlo murió, comenzó una dieta única de café, alcohol y barbitúricos. Poco antes de morir atragantado con la tapa del colirio que intentaba abrir con los dientes, atontado por la cantidad de alcohol ingerido, dijo para el Paris Review: «O’Neill tenía un problema con la bebida, les ocure a la mayoría de los escritores porque hay una gran tensión que rodea a la escritura. Todo es viable hasta cierta edad, luego ya se empieza a necesitar ese nervio que viene desde la bebida». Hacia el final de su obra La gata sobre el tejado de zinc caliente, Williams muestra a Brick, quien había sido un héroe del fútbol americano, hablando con su padre mientras le explica que necesita beber hasta sentir «ese click. Un click que escucho en mi cabeza y me da paz. Tengo que beber hasta llegar ahí»; horrorizado, el padre contesta: «Vaya, hijo, eres alcohólico».

Anne Sexton, Samuel Beckett y Tennessee Williams
Anne Sexton, Samuel Beckett y Tennessee Williams

«Me gusta tomarme un martini/Pero dos como mucho/Con tres estoy debajo de la mesa/Con cuatro debajo del anfitrión». De nadie más que de Dorothy Parker puede ser esta cínica confesión. Esta prolífica autora, poeta, cuentista, dramaturga, crítica y hasta activista de izquierda por los derechos civiles; siempre con humor y afilada pluma, escribió desde notas periodísticas en la Vanity Fair (de donde fue despedida por su sarcasmo y, por momentos, redacción un poco errática por su alcoholismo) hasta recetas de cocktails. Anfitriona de las tertulias intelectuales más afamadas de su época -por supuesto regadas de alcohol-, murió de un ataque al corazón. La encontraron en la habitación de un hotel en Nueva York junto a su perro y una botella de alcohol. Legó sus bienes a la fundación de Martin Luther King y en su epitafio reza «Disculpen el polvo».

John Cheever, enorme escritor americano de cuentos cortos, tenía esa particular virtud de honestidad mezclada con fraudulencia que demostraba en sus escritos donde el dolor se aguzaba con la vergüenza y el disgusto por sí mismo. Y se ahogaba en alcohol para sobrellevarlo. Hizo un tratamiento de rehabilitación en 1975, dejó de beber («Me quité 35 kilos de encima», declaró) pero nunca de fumar y murió de cáncer de pulmón en 1982. Amigo de Carver, daban clases en la misma universidad y se emborrachaban en el mismo bar; a tal punto de embriaguez llegaron un día, que tomaron un avión y amanecieron sorprendidos en otra ciudad.

Cheever pareciera revelar su ambigüedad, tan problemática y tan elevada, entre el alcohol y la escritura en un reportaje donde le consultan si se siente Dios frente a la máquina de escribir: «No, dirá, jamás me sentí así. Es más bien una sensación de inutilidad, todos tenemos un poder que nos controla, es parte de nuestras vidas. Ocurre en el amor, ocurre en el amor al trabajo. Es éxtasis, así de simple. Es lo que da sentido a la vida».

F. Scott Fitzgerald, John Cheever y Marguerite Duras
F. Scott Fitzgerald, John Cheever y Marguerite Duras

Anne Sexton, la más grande poeta confesional, concluye su Cigarrillos y whisky y mujeres salvajes, salvajes con casi un grito de ayuda: «(…) Ahora que he escrito tantas palabras/Y revelado tantos amores, para tantos/Y permanezco tan entera como siempre he sido/Una mujer de excesos, de fervor y ambición/Encuentro al esfuerzo inútil/¿Acaso no miro al espejo/Estos días y veo/A una rata esquivando mis ojos?/¿No siento tan intensamente el hambre/Que moriría antes de mirarla a la cara?/Me arrodillo una vez más/Por si acaso la piedad llegase/Justo a tiempo». El 4 de octubre de 1974, se puso el abrigo de piel de su madre, se sirvió una copa de vodka, se sentó en su auto estacionado en el garage de su casa y murió asfixiada por el monóxido de carbono del motor.

Otros borrachines adorables tras sus plumas fueron: Marguerite Duras, Jack London, Dylan Thomas, F. Scott Fitzgerald, Hemingway, Swinburne, Berryman, Allen Tate, Lord Byron, Ian Flemming, Samuel Coleridge, J.D. Salinger, Faulkner, Yeats, Martin Amis, Chandler, Lope de Vega, Quevedo, Verlaine, Elizabeth Bishop, Dostoievski y Kerouac.

Autor: Laura Toutonian
Fecha: 23 abril 2017
Fuente: Infobae

Repaso por la vida y obras esenciales de Juan Carlos Onetti

Ricardo Piglia dice en Teoría de la prosa que la novela corta está ligada a la estructura del secreto. Hay una diferencia entre secreto y enigma, que Piglia explica en relación al género policial: el enigma se narra desde el punto de vista del investigador que busca descifrarlo; el secreto sería el mismo relato, pero contado desde el que cifra. Así, lo no dicho se vuelve impenetrable y el texto se organiza en torno al vacío. En la literatura latinoamericana, siempre asediada por las estructuras del poder, lo elidido tiene un fuerte anclaje político: lo que no se revela, se rebela. Es en esa dimensión del secreto, entonces, donde Juan Carlos Onetti aparece como uno de sus representantes más notables.

Tomando la tradición de Faulkner, Onetti —como Saer— creó un universo narrativo alrededor de la ciudad imaginaria de Santa María y lo pobló de personajes que aparecen y reaparecen en sus libros: Malabia, Larsen, Díaz Grey, Brausen. Pero en Onetti, la invención tiene, como diría Carlos Gamerro, un pliegue barroco. A diferencia de la Yoknapatawpha faulkneriana, Santa María nunca deja del todo de ser un territorio de ficción. Probablemente sería más preciso decir territorio fantástico, pero el adjetivo podría generar el equívoco de vincularlo al realismo mágico, y Onetti poco tiene que ver con García Márquez. Está más cerca de José BiancoSilvina Ocampo y Julio Cortázar.

Donde pasa lo importante

Carlos María Domínguez y María Esther Gilio escribieron una biografía maravillosa de Onetti: Construcción de la noche. El libro se publicó un año antes de su muerte, y le provocó un terrible enojo, primero, y una reconciliación con los autores, después. Construcción de la noche cuenta, entre otras cosas, los amoríos que tuvo: sus cuatro matrimonios —dos de ellos, con sus primas, las hermanas María Amalia y María Julia—, sus romances tormentosos —especialmente con Idea Vilariño—, sus conquistas casuales. Mujeriego a tiempo completo, se dice que hasta sedujo a Gilio mientras escribía el libro. Había en esa manera de actuar una suerte de competencia, de lucha irrenunciable.

Con el tiempo, la cama, aquel terreno de combate, se convirtió en un refugio. Los últimos años en Madrid —a donde había llegado exiliado veinte años antes— raramente salía del lecho. Dorothea Muhr, su viuda, la mujer que lo acompañó desde 1955, alguna vez dijo que «Juan dormía, comía, leía y hacía el amor todo en la cama, porque consideraba que era donde pasaba todo lo importante, pero en realidad era pereza». Demasiado prosaica para ser la razón verdadera. La cama, como los libros, es el territorio de los secretos, y donde se superponen las fronteras de ficción y realidad.

Ciudadano Onetti

Entre las entradas biográficas se dirá que Juan Carlos Onetti nació en Montevideo el 1 de julio de 1909. Que publicó su primer cuento, Avenida de Mayo – Diagonal – Avenida de Mayo, en La Prensa en 1933. Que escribió su primera novela, Tiempo de abrazar, en 1934 pero la publicó cuarenta años después. Que una tarde de 1939 se quedó sin tabaco y se puso a escribir El pozo, tal vez la primera novela existencialista de América latina. Que se carteaba con Camus. Que su segunda novela, Tierra de nadie, ganó el concurso de la editorial Losada y que en el jurado estaba Jorge Luis Borges. Que vivió 17 años en Buenos Aires.

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Que en 1950 «fundó» Santa María con su novela La vida breve, y que volvió en El astillero, en Juntacadáveres, en Dejemos hablar al viento. Que en total publicó unos 40 libros, entre novelas, cuentos, ensayos, cartas. Que los títulos de sus libros eran sugerencias de su mujer, violinista e integrante de la Orquesta Filarmónica de Madrid, y le proponía ideas relacionadas con la música: Los adioses (Beethoven), La muerte y la niña (Schubert), Para una tumba sin nombre (Claude Debussy), La vida breve (Manuel de Falla). Que muchas de sus novelas cortas las publicó en edición de autor y que de no haber sido por la agente Carmen Balcells, su representante desde 1975, se habrían perdido en el olvido.

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Que en 1974 pasó tres meses en la cárcel «El cilindro» por un motivo insólito: haber premiado un cuento «pornográfico» en un concurso organizado por la revista Marcha. Que recibió el premio Cervantes en 1980 y que al año siguiente el PEN Club lo propuso para el Nobel. Que en 1977 Josefina Ludmer escribió un libro aombroso sobre él, Onetti. Los procesos de construcción del relato (reeditado por Eterna Cadencia), y que, años después, Mario Vargas Llosa escribió otro en el que decía casi exactamente lo mismo que lo dicho por Ludmer.

Que pasó los últimos 12 años de vida prácticamente sin salir de la cama. Que por problemas hepáticos murió el 30 de mayo de 1994. Hoy se cumplen veinticinco años.

Otra vuelta de tuerca

Volviendo a Teoría de la prosa, Piglia define a Henry James como el maestro moderno de la novela corta. James, dice, no trabaja la relación enigma-sorpresa al estilo Edgar Alla Poe, sino la relación secreto-ambigüedad: «Hay una tensión entre secreto e incertidumbre (…) y en esa ambigüedad aparece la figura del fanstasma». Así, por ejemplo, en Otra vuelta de tuerca no queda claro si la aparición es real o si es una alucinación.

Piglia, entonces, arma una serie que comienza con Henry James y llega hasta Borges y la literatura fantástica del Río de la Plata. Entre ellos, está Onetti. El fantasma es Onetti.

El sueño de Libros, el pueblo de 102 habitantes con azufre y sin libros (ni biblioteca)

Los libreños de Libros necesitan libros. Parece un trabalenguas, pero no lo es. Con 102 habitantes, cero librerías y cero bibliotecas, Libros es un pueblo turolense que no le ha hecho honor a su nombre. Pero sus habitantes quieren redimirse de la ironía y crear una gran biblioteca pública. Una biblioteca en la que fluyan las ideas como fluye el río Turia -que ladea el pueblo-, que se sume al paisaje montañoso de la localidad, que converja con el gran peñasco que la decora y que sea construida y surtida con la solidaridad humana.

Es verano, llegan los niños y el centenar de personas se multiplica. «¡Esto está hoy que parece la Gran Vía!», se escucha entre un grupo de 20 residentes que esperan en la plaza. Otro vecino pregunta quiénes somos y justifica la pequeña multitud: «¿A qué vienen? ¿A hacer un reportaje? Porque nosotros venimos a comprar pan». Alrededor de la plaza, que lleva el nombre del escritor Javier Sierra, hay casas, una iglesia que destaca frente a una montaña y una pequeña tienda-bar.

A la plaza llega el sonido de los altavoces del ayuntamiento, reservados para anuncios importantes como: «¡Atención, atención! Esta tarde, a las cinco de la tarde, todo el mundo con un libro en la plaza para hacer una fotografía para el periódico EL MUNDO. ¡Gracias!». Un equipo joven y motivado lidera Libros. Raúl Arana, de 35 años, es el alcalde. Junto a él trabajan los concejales Irene Marín y Carlos Martínez, ambos de 30 años. Pero también cuentan con el apoyo de otros vecinos, como las hermanas María Herrera, de 34, y Rocío Herrera, de 29, que acuden con frecuencia a la casa familiar del pueblo y ayudan con la organización de los miles de libros que están llegando a Libros.

Al otro lado, frente a la plaza y pasando un pequeño puente de madera sobre el río -adornado con sauces llorones-, se encuentra una piscina, un merendero y un parque con un mural de dos metros y medio con lomos de libros pintados. «La intención es pintar toda la pared, hasta arriba, con libros», puntualiza María.

Por todas las zonas se respira tranquilidad. Es un paraíso que se potenciará con la cultura. Pero esa pureza se rompe a dos kilómetros con el aroma a azufre. Allí se encuentra un antiguo barrio minero en el que trabajaron y vivieron más de 2.000 personas y en el que sólo quedan ruinas de lo que fue un cuartel de la Guardia Civil, una escuela, un hospital, casas, una panadería, una carnicería, un economato y bares. En esa zona abandonada, por la que paseamos con María y Rocío haciendo de risueñas cicerones, yace el infierno de las minas de azufre.

Volvemos al cielo, con la plaza de Libros de epicentro. Mientras llega el panadero en su furgoneta, los vecinos comentan cuáles son sus libros y escritores preferidos, qué están leyendo o qué han terminado de leer. El primero en compartir sus impresiones es Juan Alberto Arana, y es breve: «A mí los libros no me van mucho, le van más a mi mujer». Pasa así la pelota a Sagrario Calomarde. A ella le gusta leer novelas, pero es olvidadiza y se le escapan los títulos, mas no las tramas: «Uno que leí en invierno era de una princesa turca y me gustó porque hablaba de la cultura de otros países». Fue un préstamo de la biblioteca de Daroca (Zaragoza).

La asociación Mi Pueblo Lee, presidida por la escritora Maribel Medina, y el Ayuntamiento impulsaron la campaña Libros a Libros, invitando al mundo entero a donar ejemplares para la localidad. Pero todo comenzó con el escritor Javier Sierra. «Le lancé la idea a Maribel de presentar su proyecto en el único pueblo de Europa que se llama Libros. No existe un Livres en Francia o un Libri en Italia… así que ¿dónde mejor?», relata a ‘Crónica’ el escritor. Y así, inició «un proyecto de revitalización de la España vacía levantado sobre la dinamización lectora» que Javier Sierra vivió «como un milagro».

En 2020 se encendió la maquinaria de ideas de la asociación para potenciar la literatura. Ese año iba a hacerse allí el primer festival literario, pero por la pandemia se aplazó al 2021. Desde entonces, se ha celebrado un gran festival anual, todos con «un éxito arrollador y abrumador», según Maribel. Por sus calles ya han paseado, además de Javier Sierra, escritores como Rosa Montero, Sonsoles Ónega y Elvira Lindo.

Pero lo que siempre escandalizó a Maribel fue la carencia de biblioteca. Así que ideó un plan que comenzaba no por el edificio que acumularía los libros, sino por los propios libros. «Puse un tuit en @MiPuebloLee, en la que sólo teníamos 1.500 seguidores, pidiendo donaciones de libros para Libros y de repente sobrepasó las 65.000 impresiones». Cuenta Maribel que al email mipueblolee@mipueblolee.org ya ha llegado un aluvión de mensajes de personas deseando colaborar, «el gran peso de esta iniciativa ha sido la gente común. Lo agradezco porque nos mandan mensajes preciosos. Los lees y sabes que hay esperanza en el ser humano».

Desde entonces, las calles de Libros han estado impregnadas de solidaridad. Mientras conversaban algunos vecinos en la plaza, llegaron Gema y su marido de Barcelona con el maletero lleno de libros para donar. «Mi padre falleció hace poco y era un gran lector. Tenía muchos libros y me sabía mal tirarlos. Están nuevos, los cuidaba mucho. Me hace ilusión que ahora estén en un pueblo llamado Libros», cuenta la mujer. «También ha ayudado mucho la difusión de autores como Irene Vallejo, Rosa Montero, Marta Robles y Javier Sierra… Números uno, premios Planeta, que mueven mucho y enseguida se hacen eco y mandan libros, encima firmados», comparte Maribel.

«Quise, aparte de mi aportación en forma de donación de libros, ayudar a darles difusión para que se conozca y para que la biblioteca esté más cerca de existir», relata Irene Vallejo a ‘Crónica’, y argumenta que «a veces pensamos que en los pueblos pequeños no existe esa sed de lectura, de libros, de cultura, pero iniciativas como estas demuestran que no es así». La escritora de El infinito en un junco está deseando conocer Libros y «ver cómo avanza esa biblioteca y apoyarlo personalmente».

Barra de pan en mano, los vecinos nos acompañan a adentrarnos entre Arturo Pérez-Reverte, Francisco Ibáñez, Rosa Montero, Javier Marías, Almudena Grandes, Elvira Lindo, Luz Gabás, Marta Sanz, Sonsoles Ónega, Juan Gómez-Jurado y Defreds. Son esos los nombres de grandes escritores, pero también de las principales calles del pueblo. Se trata de otra de las iniciativas de Mi Pueblo Lee, y aún quedan calles esperando el nombre de algún autor. «Queremos hacer el paseo literario, poner bancos en forma de libros, farolas que proyectan versos en el suelo… Tenemos muchos proyectos», adelanta Maribel.

La salida a la luz de un documental grabado en Libros, y otras localidades turolenses, forma parte de esa planificación. Fue dirigido por Patxi Uriz Domezáin, premio Goya 2016 al mejor cortometraje documental, y para su estreno sólo se precisa de financiación económica. La pieza audiovisual sigue a ocho escritores por «recónditos pueblos de la provincia de Teruel para participar en festivales literarios con el objetivo de fomentar la lectura». Rosa Montero fue la escritora que recorrió Libros con una cámara detrás en 2022, «fueron dos días fríos y preciosos», recuerda.

Pepita Alonso es «la que más lee en el pueblo». «Me gustan los libros que me entretengan, que de alguna manera me distraigan porque tengo mucho tiempo libre ahora que estoy jubilada», señala. Su escritor favorito es Arturo Pérez-Reverte. Otro vecino, Joaquín Villanueva, se presenta dispuesto a ayudar. «No tengo problema en hacerme fotos y comentar lo que quieran». Cumple lo prometido y comenta: «Me encanta La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón, aunque no soy un gran lector ni leo todo lo que debiera. En tiempos más jóvenes me gustaba Miguel Delibes y he leído mucho a nuestro Javier Sierra». A Puri Ballesteros no le queda mucho tiempo para leer por sus dos pequeños, pero lee cuentos con Mía, su hija mayor. Tres vecinas están leyendo a Elvira Lindo y muchos más ya la han leído.

Elvira es, probablemente, la autora más leída en Libros. Su obra En la boca del lobo transcurre justamente en una de las aldeas de Teruel y los vecinos no pueden evitar ese sentimiento de pertenencia con la historia. En el último festival literario «sólo Elvira Lindo vendió más de 350 libros. La cola pasaba por la carretera, daba la vuelta a otra calle, bajaba, subía… El pueblo es tan pequeño que no hay espacio para una cola», recuerda Maribel, y Elvira lo confirma: «Fue impresionante. Mi familia procede del rincón de Ademuz, que linda con Libros, por lo cual ha sido un pueblo por el que he pasado siempre. La zona es preciosa y la gente súper amable».

LA LIBERTAD EN LIBROS

Una de las preguntas que más reciben los visitantes es de dónde viene el nombre de Libros. Distintas versiones explican el origen del topónimo. Varios habitantes coinciden en que viene de la palabra libre. «Esta era una zona fronteriza en la época de la reconquista, que pertenecía a Villel, y como aquí había muchos saqueos y robos, Jaime I quería afianzar este terreno y entonces dijo «no os cobro nada de dinero a los pobladores que vayáis a este punto, estáis libres de impuestos por venir aquí»», comparte el concejal Carlos Martínez. «Hay otra teoría -continúa- que dice que el pueblo pertenecía a Villel, pero se separaron y que de esa independencia venía el término libre». La tercera hipótesis es más natural que histórica: «Por la forma de las montañas, que parecen cortadas como hojas de libros; y otras pizarras que están muy estratificadas y lucen como lomos de libros».

¿Qué mejor forma de enaltecer la libertad, inherente a los libros y a Libros, que con una biblioteca? Las bibliotecas son, para Javier Sierra, «la piedra angular de nuestra civilización. Nuestra memoria y la pizarra en la que vamos inmortalizando nuestros sueños, pero también nuestros defectos y logros». Son, para Rosa Montero, como «los hospitales del espíritu, del corazón y de la cabeza». Una biblioteca es «un mirador abierto al mundo y un acceso a la información y al conocimiento. Es de los pocos lugares que te abren las puertas sin pedirte nada a cambio, simplemente que tengas curiosidad e inquietudes», como expresa Irene Vallejo. Las bibliotecas son, además, «útiles para las personas que no quieren o no pueden gastarse el dinero en libros. Es un lugar que se convierte en un centro social, algo que genera lazos entre la gente», según Elvira Lindo.

No es la primera vez que Libros intenta tener su biblioteca. «Se hizo una pequeñita en el ayuntamiento, se donaron libros, pero no tuvo más tirón», señala Carlos. «Hace muchos años intentamos tenerla. Alguna empresa lo prometió, pero nunca llegó. Juntamos unos 300 libros que la gente del pueblo iba trayendo, pero biblioteca oficial no hemos tenido nunca. Las personas se llevaban un libro prestado, sin registrarlo ni nada, y luego lo devolvían». Esa biblioteca no oficial se encuentra en la segunda planta de la que fue la escuela del pueblo hasta 2009 y no está operativa desde entonces por falta de niños. «Han venido dos, pero hasta tres no nos la abren. Si la abrieran sería la leche. Yo vine a este colegio», rememora Carlos mientras entramos al edificio.

La fachada de la escuela aún conserva la placa con su nombre. Ahora la planta baja del pequeño edificio funciona como consultorio médico los lunes, miércoles y viernes. En la planta de arriba están los 300 libros que tenía el pueblo antes de la campaña de recolección, más una parte de los miles de libros que han recibido, algunos aún en sus cajas. Allí aún está la pizarra del colegio, «fue lo único que dejaron», y también el enorme dibujo de un niño con gafas y el de una de las montañas del pueblo, pintados por Rodrigo Martínez, un pequeño artista de 11 años cuyas dos obras de arte decoran la plaza en los festivales literarios.

Detrás de esa escuela hay un terreno municipal de unos 2.000 metros cuadrados. Ese espacio está pensado para construir la biblioteca y también un hotel para que las personas viajen por partida doble. «Tenemos la idea de un hotel-biblioteca, simplemente que estén separados, porque queremos que la biblioteca sea pública. Y que la gente que pase pueda coger una habitación por la noche y a la vez un libro. Incluso, si se lo quisieran llevar y devolverlo más adelante, sin problema, encantados, lo que queremos es que venga la gente», explica el alcalde.

En apenas tres semanas, los libros están invadiendo los espacios de Libros. «Los vecinos han ido guardando libros en sus casas porque no nos caben tantos en un solo sitio», señala Carlos. Ya han llegado más de 3.000 ante el asombro de sus habitantes. Particulares, escritores, editoriales, bibliotecas y librerías han hecho su aportación. «No nos imaginamos que recibiríamos tantos en tan poco tiempo y lo que más me sorprende es que son nuevos. Compran los libros en Amazon y nos vienen con plástico, sin abrir. Nos han llegado libros hasta de Francia y Alemania. Lo que más me gusta es que nos envían cartas con dedicatorias», expresa el alcalde. ¿Cuándo dejarán de pedir libros? «De momento, mientras no nos desborde, no tenemos pensado parar».

Cuando la biblioteca esté en funcionamiento, tendrá una placa de agradecimiento con los nombres de todos los que colaboraron para crearla. Y Sagrario no dependerá de otros pueblos que le presten libros, quizás a Juan Alberto le entusiasme más el mundo literario, Puri podrá brindarle más cuentos a su hija Mía y tal vez el alcalde encuentre el tiempo, que ahora no tiene, para leer.

En especial, los libreños tienen la convicción de que Libros se convertirá en un atractivo turístico gracias a la literatura. Los libros salvarán de la muerte a este pueblo. «¡Va a ser más grande que la Biblioteca de Alejandría!», expresa Maribel. Y para lograr ese sueño, como dice Irene Vallejo, «está la toponimia de su parte».

Autor: Angélica Reinoso
Fecha: 29 julio 2023
Fuente: El Mundo

La crítica de Noam Chomsky al sistema de Inteligencia Artificial Chat GPT

Jorge Luis Borges escribió una vez que vivir en una época de grandes peligros y promesas es experimentar tanto la tragedia como la comedia, con “la inminencia de una revelación“ para entendernos a nosotros mismos y al mundo. En la actualidad, los avances supuestamente revolucionarios de la inteligencia artificial son motivo tanto de preocupación como de optimismo.

Optimismo porque la inteligencia es el medio con el que resolvemos los problemas. Preocupación porque tememos que la cepa de la inteligencia artificial más popular y de moda (el aprendizaje automático) degrade nuestra ciencia y envilezca nuestra ética al incorporar a nuestra tecnología una concepción fundamentalmente errónea del lenguaje y el conocimiento.

ChatGPT de OpenAI, Bard de Google y Sydney de Microsoft son maravillas del aprendizaje automático. A grandes rasgos, toman enormes cantidades de datos, buscan patrones en ellos y se vuelven cada vez más competentes a la hora de generar resultados estadísticamente probables, como un lenguaje y un pensamiento de apariencia humana.

Estos programas han sido elogiados por ser los primeros destellos en el horizonte de la inteligencia artificial general, ese momento tan profetizado en el que las mentes mecánicas superan a los cerebros humanos no solo cuantitativamente en términos de velocidad de procesamiento y tamaño de memoria, sino también cualitativamente en términos de perspicacia intelectual, creatividad artística y cualquier otra facultad distintiva del ser humano.

Ese día llegará, pero aún no ve la luz, al contrario de lo que se lee en titulares hiperbólicos y se calcula mediante inversiones insensatas. La revelación borgesiana de la comprensión no se ha producido ni se producirá, si los programas de aprendizaje automático como ChatGPT siguen dominando el campo de la inteligencia artificial.

Por muy útiles que puedan ser estos programas en algunos ámbitos concretos (pueden ser útiles en la programación informática, por ejemplo, o para sugerir rimas para versos ligeros), sabemos por la ciencia de la lingüística y la filosofía del conocimiento que difieren en gran medida de la manera en que los seres humanos razonamos y utilizamos el lenguaje. Estas diferencias imponen limitaciones significativas a lo que estos programas pueden hacer, codificándolos con defectos imposibles de erradicarse.

A diferencia de ChatGPT y sus similares, la mente humana no es una pesada máquina estadística de comparación de patrones, que se atiborra de cientos de terabytes de datos y extrapola la contestación más probable en una conversación o la respuesta más probable a una pregunta científica. Por el contrario, la mente humana es un sistema sorprendentemente eficiente e incluso elegante que funciona con pequeñas cantidades de información; no busca inferir correlaciones brutas entre puntos de datos, sino crear explicaciones.

Por ejemplo, un niño pequeño que aprende un idioma está desarrollando (de manera inconsciente, automática y rápida a partir de datos minúsculos) una gramática, un sistema increíblemente sofisticado de principios y parámetros lógicos.

Esta gramática puede entenderse como una expresión del “sistema operativo” innato, instalado en los genes, que dota a los seres humanos de la capacidad de generar frases complejas y largos hilos de pensamiento.

Cuando los lingüistas intentan desarrollar una teoría de por qué una lengua determinada funciona como lo hace (“¿Por qué se consideran gramaticales estas frases y no aquellas?”), están construyendo consciente y laboriosamente una versión explícita de la gramática que el niño construye por instinto y con una exposición mínima a la información. El sistema operativo del niño es completamente distinto al de un programa de aprendizaje automático.

De hecho, estos programas están estancados en una fase prehumana o no humana de la evolución cognitiva. Su defecto más profundo es la ausencia de la capacidad más crítica de cualquier inteligencia: decir no solo lo que es el caso, lo que fue el caso y lo que será el caso (eso es descripción y predicción), sino además lo que no es el caso y lo que podría y no podría ser el caso. Esos son los ingredientes de la explicación, la marca de la verdadera inteligencia.

A continuación, un ejemplo. Supongamos que sostienes una manzana en la mano. Ahora deja caer la manzana. Observas el resultado y dices: “La manzana se cae”. Esa es una descripción. Una predicción podría ser la frase: “La manzana se caerá si abro la mano”. Ambas son valiosas y ambas pueden ser correctas.

Pero una explicación es algo más: incluye no solo descripciones y predicciones, sino también conjeturas contrafactuales como “cualquier objeto de este tipo caería”, más la cláusula adicional “debido a la fuerza de la gravedad” o “debido a la curvatura del espacio-tiempo” o lo que sea. Eso es una explicación causal: “La manzana no habría caído de no ser por la fuerza de la gravedad”. Eso es pensar.

El talón de Aquiles del aprendizaje automático son la descripción y la predicción; no plantea ningún mecanismo causal ni leyes físicas. Por supuesto, cualquier explicación de tipo humano no es necesariamente correcta; somos falibles.

Pero esto es parte de lo que significa pensar: para tener razón, debe ser posible equivocarse. La inteligencia no solo consiste en hacer conjeturas creativas, sino también críticas creativas. El pensamiento al estilo humano se basa en explicaciones posibles y corrección de errores, un proceso que limita poco a poco las posibilidades que pueden considerarse racionalmente (como le dijo Sherlock Holmes al Dr. Watson: “Cuando hayas eliminado lo imposible, lo que quede, por improbable que sea, debe ser la verdad”).

Pero ChatGPT y programas similares, por diseño, son ilimitados en lo que pueden “aprender” (es decir, memorizar); son incapaces de distinguir lo posible de lo imposible. A diferencia de los humanos, por ejemplo, que estamos dotados de una gramática universal que limita los idiomas que podemos aprender a aquellos con un cierto tipo de elegancia casi matemática, estos programas aprenden idiomas humanamente posibles y humanamente imposibles con la misma facilidad.

Mientras que los humanos estamos limitados en el tipo de explicaciones que podemos conjeturar a nivel racional, los sistemas de aprendizaje automático pueden aprender tanto que la Tierra es plana como que es redonda. Se limitan a negociar con probabilidades que cambian con el tiempo.

Por esta razón, las predicciones de los sistemas de aprendizaje automático siempre serán superficiales y dudosas. Como estos programas no pueden explicar las reglas de la sintaxis de la lengua inglesa, por ejemplo, pueden predecir, erróneamente, que la frase “John is too stubborn to talk to” significa que Juan es tan terco que no habla con nadie (en lugar de que es demasiado terco como para razonar con él).

¿Por qué un programa de aprendizaje automático predeciría algo tan extraño? Porque podría establecer una analogía en el patrón que infirió a partir de frases como “John ate an apple” (Juan se comió una manzana) y “John ate” (Juan comió), en el que esta última significa que Juan comió algo.

El programa bien podría predecir que, como la frase “John is too stubborn to talk to Bill” (Juan es demasiado terco para hablar con Bill) es similar a “John ate an apple” (Juan se comió una manzana), “John is too stubborn to talk to” (Juan es demasiado terco para hablar) sería similar a “John ate” (Juan comió). Las explicaciones correctas de lenguaje son complicadas y no pueden aprenderse simplemente macerándolas en macrodatos.

Sin ninguna lógica, algunos entusiastas del aprendizaje automático parecen estar orgullosos de que sus creaciones puedan generar predicciones “científicas” correctas (digamos, sobre el movimiento de cuerpos físicos) sin recurrir a explicaciones (que impliquen, por ejemplo, las leyes del movimiento y la gravitación universal de Newton).

Pero este tipo de predicción, incluso cuando tiene éxito, es pseudociencia. Aunque es cierto que los científicos buscan teorías que tengan un alto grado de corroboración empírica, como señaló el filósofo Karl Popper: “No buscamos teorías altamente probables, sino explicaciones; es decir, teorías poderosas y altamente improbables”.

La teoría de que las manzanas caen al suelo porque ése es su lugar natural (el punto de vista de Aristóteles) es posible, pero solo invita a plantearse más preguntas (¿por qué el suelo es su lugar natural?) La teoría de que las manzanas caen a la tierra porque la masa curva el espacio-tiempo (opinión de Einstein) es altamente improbable, pero en realidad te dice por qué caen. La verdadera inteligencia se demuestra en la capacidad de pensar y expresar cosas improbables pero lúcidas.

La verdadera inteligencia también es capaz de pensar moralmente. Esto significa ceñir la creatividad de nuestras mentes, que de otro modo sería ilimitada, a un conjunto de principios éticos que determinen lo que debe y no debe ser (y, por supuesto, someter esos mismos principios a la crítica creativa).

Para ser útil, ChatGPT debe ser capaz de generar resultados novedosos; para ser aceptable para la mayoría de sus usuarios, debe mantenerse alejado de contenidos moralmente censurables. Pero los programadores de ChatGPT y otras maravillas del aprendizaje automático batallan, y seguirán haciéndolo, para lograr este tipo de equilibrio.

En 2016, por ejemplo, el chatbot Tay de Microsoft (precursor de ChatGPT) inundó el internet de contenidos misóginos y racistas, tras haber sido contaminado por troles cibernéticos que lo llenaron de datos de adiestramiento ofensivos.

¿Cómo resolver el problema en el futuro? Al carecer de capacidad para razonar a partir de principios morales, los programadores de ChatGPT restringieron de manera burda la posibilidad de aportar algo novedoso a los debates controvertidos; es decir, importantes. Se sacrificó la creatividad por una especie de amoralidad.

Consideremos el siguiente intercambio que uno de nosotros (Watumull) mantuvo hace poco con ChatGPT sobre si sería ético transformar Marte para que pudiera albergar vida humana:

Nótese, a pesar de todo el pensamiento y lenguaje en apariencia sofisticados, la indiferencia moral nacida de la falta de inteligencia. Aquí, ChatGPT exhibe algo parecido a la banalidad del mal: plagio, apatía y obviedad.

Resume los argumentos estándar de la literatura mediante una especie de superautocompletado, se niega a adoptar una postura sobre lo que sea, alega no solo ignorancia sino falta de inteligencia y, en última instancia, se defiende con un “solo cumplía órdenes”, trasladando la responsabilidad a sus creadores.

En resumen, ChatGPT y sus afines son constitutivamente incapaces de equilibrar la creatividad con la restricción. O bien generan de más (produciendo tanto verdades como falsedades, respaldando decisiones éticas y no éticas por igual) o generan de menos (mostrando falta de compromiso con cualquier decisión e indiferencia ante las consecuencias). Dada la amoralidad, la falsa ciencia y la incompetencia lingüística de estos sistemas, solo podemos reír o llorar ante su popularidad.

César Muñío: «Un libro no es caro, lo que es cara es la ignorancia»

Es uno de los propietarios de la Librería París de Zaragoza, establecimiento que el próximo 10 de agosto cumplirá 60 años. 

Sesenta, no: infinitas gracias. Se acaba de jubilar mi cuñado, Ignacio Concellón. Quedan mis hermanos, Pablo y Ester, y yo. Tampoco querría olvidarme de los trabajadores que nos han acompañado y acompañan en este viaje tan bonito que inició mi padre, Pepe.

Lamentablemente, no todas las librerías alcanzan esta edad.

Es cierto que el comercio sufre. Nunca hemos tenido vacas gordas. Quizá por eso hemos sabido nadar en medio de la crisis.

Lloré el cierre de ‘Portadores de Sueños’.

Una librería cerrada es una tragedia. Un escaparate cerrado al libro es una puerta cerrada a la cultura, incluso a la libertad. Además, en las librerías hay un 50 por ciento de comercio, pero también otro 50 por ciento de vocación. Hay que luchar muchísimo para cumplir con todos los pagos, para seguir teniendo la tienda abierta. Somos ocho trabajadores ahora.

¿Una librería es una isla en un mar de ignorancia?

No estamos aislados, estamos bien acompañados siempre. Más que clientes, tenemos amigos.

¿También los jóvenes se embarcan en esta travesía apasionante de los libros?

Los jóvenes leen más de lo que se supone. Y no solo los jóvenes: gente de todas la edades. El que entra aquí no viene obligado. Todos transmiten su amor por los libros.

También tienen cómics.

Aunque alguna gente no lo crea, son muy importantes.

Nada le rebatiré yo…

Me encanta Mortadelo. Además, una lectura lleva a más lecturas. Aprendimos a leer con ellos. Por supuesto, son cultura.

Tienen también buenas marcas en instrumentos de escritura.

Somos mucho más libreros que papeleros, pero sí, lo intentamos. También es una tragedia cuando cierra una papelería: Crespo, Gambón, Barreiro Soria, La Reina de las Tintas y tantas otras.

Desde luego. Recuerdo que pasaba por aquí para comprar recambios de bolígrafo Inoxcrom para los exámenes de la universidad.

¿Recambios?

Sí. Les daba la vuelta y hacían las veces de bolígrafo. Me daban suerte en los exámenes… De chaval, también venía con mi tía a comprar los estilógrafos Rotring para Dibujo Técnico. Qué tiempo tan bonito, señor Muñío…

Hace mucho tiempo, sí. Aunque yo vendí el primer libro con diez años. Entonces molestaba en la tienda más que otra cosa… Respecto a los Rotring, aquí arriba tenemos a modo de recuerdo las cuentas de los clientes de cuando comenzamos. Qué esfuerzo hacían muchas familias para pagar los Rotring… Se pagaban a plazos. No solo ahora, siempre hubo que luchar para salir adelante.

Ya lo creo…

También tenemos la vieja máquina de escribir. Y, por supuesto, el ejemplar de Heraldo de Aragón del 10 de agosto de 1963.

Información del asalto al tren de Glasgow, se lee bien grande… ¿Recomendamos algunos libros para la clase política?

Perfecto.

¿Uno para Pedro Sánchez?

Por ejemplo, ‘A plena luz’, de J. R. Moehringer. Es la historia de alguien que en los años 20 se lo monta para sobrevivir como sea.

¿Otro para Feijóo?

No conozco demasiado a Feijóo.

¿Para Abascal?

‘El señor de las moscas’, de William Golding.

Una robinsonada para Abascal… ¿Y para Yolanda Díaz?

Sin duda, ‘Rebelión en la granja’, de George Orwell.

Grande, Orwell. Notable recado al totalitarismo comunista…

Sigue siendo vigente. Convendría leerlo ahora.

Se me ha olvidado una pregunta.

Dígame.

¿Considera caro el precio de los libros?

Un libro no es caro, lo que es cara es la ignorancia.

Autor: Raúl Lahoz
Fecha:
Fuente: elheraldo.es