EN ALGUNA BRECHA ME NACE UN MOTÍN FEMENINO

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Tengo un día para vivir, dos para soñar,
tres para ser inoportuno y cuatro para no acordarme del olvido,
su excelencia habitada, sus cejas urbanas, usted ciudad desorbitada,
aquella donde la gente cae vencida por el aire de las campanas,
usted piedra cotidiana, un volcán que le expulsa a diario el mismo número
de preguntas, la misma ceniza que cumple con la sangre de los días,
de este día que vivo y del otro que soñaré, del día de más allá y del cuarto
donde el movimiento oscilará entre una nube y una llama invisible.
De la muerte nos nace una ciudad difícil, un estero incomprensible.
De los números sé que sobrevivo, de aquellos otros lo ignoro,
pero todos los días se asoman mis alas por algún ventanal dormido
y canto al fuego con la puerta abierta y en alguna brecha
me nacen un motín femenino y una higuera húmeda en tus labios,
y te cuento para hoy, para luego, para mañana y para otros días.

CÁLIZ DE AMOR PARA DESPUÉS DE MUERTO

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Dónde llevará este corazón mío.
Relámpago atragantado de luz.
Tal vez se posará en tu libertad sin dientes
o se cruzará de nuevo con los destierros hallados.
La vida insólita no es exactamente lo que importa en su adjetivo.
Corazón que viene y va, allá el latido es un rumor.
Dónde irás, qué sospecha hemos de aguardar.
Qué tantas raíces aposentarán tus navíos de muerte
cuando no ejerzas el sabor de una canción.
Dónde dejarás mi voz, en qué gentío me hallaré disuelto.
Sobré qué columnas disolveré mis besos hambrientos.
Si el polvo gozará de la misma conciencia que el viento despierto.
Si tu compás de piernas, abierto de flor en flor, liberará
los suficientes gritos como para irse el corazón con dulzura.

LAS PLUMAS DE ÁNGEL

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LAS PLUMAS DE ÁNGEL

¿Qué es el teatro? ¿un asunto de liberar al autor de su responsabilidad como narrador? ¿una transferencia de sueños a los personajes que dialogan? ¿el destello de un actor? ¿la sonrisa de una pluma? ¿la desazón de un ángel? ¿o tal vez una botella en la que dejar el suave licor de la noche?

El teatro no tiene una definición perfecta. Pero sí un origen que nos lleva por los tiempos de los altares y ofrendas a Dionisio, por aquellos ditirambos en busca de nada o casi nada. ¡Qué lejos parece estar la sombra del teatro!

Después de todo, hay quienes afirman que la vida es puro teatro. Es decir, que todos representamos un cruel personaje mientras caminamos hacia la oscuridad de la muerte. Como si, de paso, nos fuéramos burlando de todo acto previsorio. Y nos ponemos enfrente, con cara de payaso, con virtud de cenicero o con una saca para meter y llevarnos todas las mentiras al hombro. ¡La vida es puro teatro! Eso les gusta exclamar a muchos para evadir su responsabilidad como idiotas o absurdos mequetrefes. ¡Todos llevamos un actor que roba y que formula estupideces! Pues no hay más que escuchar la radio, u observar los metrajes publicitarios, o encender cada la televisión en busca de noticias. La aparición del payaso o de la payasa es casi simultanea. E incluso, anterior a nuestra súbita preocupación. Un payaso o una payasa inclusivos. Porque ahora hay que magnificar las vocales para que a los autores no nos llamen misóginos y a las autoras se les certifique la equidad dramática¡Cuánto payaso y payasa sueltos!

Y si la vida es puro teatro y en el teatro de la vida prevalecen los payasos. ¿Cuánto espacio se destina al resto de elementos? Menudo asunto tan precario.El resto de actores lo tienen jodido. Están abocados al desarrollo de una trama muy simple: seguirle el cuento a los payasos. Habida cuenta de que pensar como ellos es la única alternativa posible al suicidio. En un escenario bien pintado. De forma que solo veamos la primera capa de pintura en las paredes. Que nos parezca un circo divertido. Con un desarrollo de recursos escénicos tales con los que ni siquiera el teatro Bolshói hubiera soñado. Luces atomizadas. Una cohorte de insípidos empleados y técnicos que manejan la palabra según les ordene el director de orquesta. Un otoño del patriarca elevado al cubo. El recurso del método al infinito. La intensidad de la música milimetrada. Que nada se sostenga salvo por ese juicio tan lúdico. Donde es obligatorio aplaudir porque, si no te segarán las manos con una guadaña. Menuda farsa. Y con una serie de máscaras predeterminadas. Prohibido inventarse arlequines y otros críticos de la realidad. Aquí se vive como ordene la batuta. Ella misma les dice el teatro que hay que escribir y el discurso a elevar. El resto será carne de fusilería o, en todo caso, teatro para las cárceles. Pobre Darío Fo. No quieran adivinar a dónde le llevarían. O a Samuel Beckett, Eugène Ionesco o Federico García Lorca. A todos ellos les hubieran quitado de las manos incluso las margaritas más dóciles e inocentes. Aquellas flores que no duelen y, en sí mismas, nacieron para hacernos la vida más profunda. Nada de teatro para los que son libres.

Menudo papel nos dejaron los griegos. Comedias y tragedias. Sainetes y zarzuelas. El artilugio más inteligente para tratar de convencernos. El escenario del mundo es el lugar perfecto para convertir a los espectadores en simples y llanos borregos. Éste es nuestro teatro. Y no se hable más. Pero les dejamos un poco de teatro a ustedes. Miren. Uno que sea fácil. Uno que llene las salas. Para que se entretenga. Una comedia de esas fáciles. Que hace reír a los tontos. A ser posible en un centro comercial. O en un garito de copas. O en una tasca de tetas, culos y mesas. Tal vez un monólogo. O una conversación sobre pérdidas de virginidad, chismes y dádivas. Para que piensen que el teatro no solo es asunto de payasos, sino también de seres elevados. Hay tienen un poco de teatro. El indispensable.

¿Es que el teatro solo es eso? Pues no. Basta ya de metáforas y de sarcasmo. Abrirán bien los ojos y dejarán que les hablen los que, precisamente, hacen teatro en la oscuridad. Que actores disfrazados de amante nocturna, santo perpetúo, de anciana leprosa, mujer despechada, tunante, ángel caído, pícaro redentor o viejo comerciante, les hablen por su boca y expresión. Que los payasos de verdad y no de cromo les hagan reventar de gracia. Que a través de ellos vean el mundo con otra lógica. Que el mundo es tan absurdo como bello. Que concreten sus expectativas más allá de la primera vista. Que alejen su mirada de los discursos aparentemente instructivos. Que sean hábiles y dichosos. Que corrijan su camino si hace falta.

Es tan fácil. Siéntese cualquier noche, en algún escalón improvisado. En la azotea de un museo quizás. Donde se perciban las tejas en el semblante oscuro de la ciudad. Deje de notarse. Confundase con los demás. Se apagarán las luces. O quedará una o un par. Un cuadro sencillo. La sábana blanca extendida sobre el suelo. Una mujer durmiendo en camisón colorado. Después de haber parido la felicidad interminable del sexo. En un costado su infeliz o afortunado hombre. Aparece un ángel en las tinieblas. Y le ofrece una pluma. A ver, señor. Si usted convence al primero que aparezca de que esto es una pluma de ángel, entonces, el mundo dejará de ser un teatro de payasos y el teatro volverá a donde debe ser, a nuestras manos. Y ahí comenzó el largo periplo de aquel hombre. ¿Creen que convenció a alguien?

Domingo, 9 de agosto de 2015

Crónica escrita por Aitor Arjol a partir de la obra «Pluma de ángel», representada por Teatro Ensayo en el Museo de Arte Colonial de Quito, el sábado, 8 de agosto de 2015. Obra a partir de un cuento homónimo de Claude Nougaro.