EL DEMONIO DE LAPLACE, DE JUAN TIBANLOMBO

El demonio de Laplace se publicó en el año 2016. Su autor, Juan Tibanlombo, periodista ecuatoriano que estuvo durante muchos años trabajando para el diario Hoy, hasta que este último se retiró de la circulación impresa, aunque luego continuó en otros proyectos.

Una novela extensa, cuya lectura ahora inicio cinco años después, con la única excusa de que el tiempo es demasiado breve para todo lo bueno y malo que haya que leer. ¿Imaginan? Una sola vida para desentrañar la maraña literaria. Son tantos los autores autoproclamados, así como los que reclaman la atención para sí y no para el resto, que el lector siente como si estuviera en un chongo narrativo, frente a una amplísima fila de escritores libidinosos y necesitados de que les escuchen. Tal es el panorama literario en Ecuador, visto desde una óptica de humor negro pero no muy alejada de la realidad.

Por tales y otras razones, se recomienda a cualquier lector interesado, salir corriendo de ese chongo y elegir fuera del mismo, sin tanta presión pornoestética o sexcanónica. Se paga un alto precio, desde luego, si además de lector se trabaja en ese mismo sector, por las consecuencias trae aparejadas unas crítica exigente. Hace poco Paul Puma traía a colación un juicio muy pertinente de Jorge Enrique Adoum: en este país literario, el que no hace tampoco deja hacer, o bien se le pone un pie al que está más sano para que este último tropiece.

Esta breve introducción no resulta caprichosa para volver a El demonio de Laplace y su autor. Novela que a primer golpe de vista, y breve esbozo de sus páginas, apuesta por la novela negra y el determinismo filosófico como principales directrices. Un reto difícil pero no imposible. El título en sí mismo ya dispone de una etiqueta determinista y hace referencia a una teoría planteada por Pierre-Simon Laplace a inicios del siglo XIX.

La teoría presupone la existencia de un ente con capacidades superiores a las del ser humano promedio, sobrehumanas pero no sobrenaturales, es decir, explicables conforme a la ciencia. Parte de la premisa de que todos los fenómenos del universo (incluyendo nuestro destino) se pueden resolver, calcular o predecir aplicando las leyes de Newton, es decir, en función del origen, dirección y velocidad de las partículas que lo conforman. Ese ente ficticio pero posible, estaría en capacidad de resolver tales ecuaciones y por ende, predecir nuestro destino de forma que no existía el concepto de libre albedrío sino un destino predeterminado de antemano para cada uno.

La exégesis del demonio de Laplace aparece explícitamente señalada en el título de la novela, para plantear una historia de crímenes, amores, ambientaciones bohemios y triangulaciones amorosas en el Quito de nuestros días. Amores en binomio, por cierto, donde a priori abundan las referencias intertextuales que permiten adivinar, tal vez, que el autor pensó en un narratorio curioso o sagaz. Ya se verá al término de la lectura.

De momento, la novela de Juan Tibanlombo sirve de pretexto para reflexionar sobre la extraña conjunción de novela negra y principios filosóficos que en relación a la narrativa ecuatoriana, encuentra similitudes en algunos autores más o menos contemporáneos a los que me refiero -aclaro-, no por ánimo de comparar sino de establecer analogías basadas en mis lecturas e intuición. En primer lugar, los trabajos de Leonardo Valencia, cada uno de cuyos proyectos obedece a un trabajo cuidadoso de algunos años, traduciéndose el resultado en novelas extensas, laberínticas pero no indescifrables y donde este componente filosófico, metafísico o intertextual tiene gran importancia, como en su más reciente La escalera de Bramante. En cambio, si nos vamos por el trasluz de la novela negra, los personajes más o menos oscuros, las sombras de Quito y las idas y vueltas psicológicas, bastará con señalar a Javier Vásconez y El coleccionista de sombras. Por el contrario, si el propósito se inclina hacia el examen psicoanalítico, llamemos a la mente de Humberto Salvador, aunque para ello se deba volver al realismo social de los años 30 o las vanguardias y experimentalismos de César Dávila Andrade, el oscurantismo de Pablo Palacio e incluso las intrincadas polifonías y desórdenes de Entre Marx y la mujer desnuda de Jorge Enrique Adoum. La lista sería más larga, pero a resultas de concatenarla una vez leída la obra del periodista ecuatoriano.

El demonio de Laplace fue publicada en el año 2016, la primera de las contribuciones de Tibanlombo en el ámbito narrativo, puesto que su labor siempre estuvo más enfocada en el periodismo investigativo y en los largos años al frente del diario Hoy, así como otros proyectos. Sin embargo, Juan falleció sorpresivamente el 26 de junio de 2021, debido a las complicaciones de una afección en el estómago que ni siquiera el ingreso hospitalario pudo resolver a tiempo, dejando consternado a su entorno personal y profesional. Por el camino dejaba además, aplazados, un libro escrito a la espera de publicarse, y otro sin concluir.

Luego de este libro, si nos preguntamos por vida y trayectoria de Juan Tibanlombo, no abundan las referencias escritas salvo el recuerdo de quienes le conocieron, como un solido referente para el aprendizaje de la práctica periodística, sus proyectos profesionales, el perfil humano, su carácter discreto y reservado respecto a la vida personal y una adhesión permanente al contexto vivido en Ecuador.

De momento y a efectos de una breve semblanza, resulta útil un comunicado publicado en Fundamedios, a título colectivo, donde se refieren a Juan como «maestro de al menos dos generaciones de periodistas, amante de las humitas, autodidacta y devorador de las obras de  Foucault, Borges y de los clásicos de la comunicación. De una mirada crítica, tremendamente humana, pero a la vez de pocas palabras, las justas, para ser precisos».

Juan Tibanlombo había nacido el 1 de enero de 1971 en San Juan de Camarón, un pueblito del cantón Echeandía, provincia de Bolívar, en el seno de una familia amplia conformada por sus padres y 10 hermanos de los cuáles él era el octavo en concordia. Al poco se trasladarían a Quito, donde Juan desarrollaría su infancia, estudios y futura vocación periodística. Perdió a sus padres a una pronta edad. Curso estudios de primera en un colegio de Chimbacalle, en el sur de Quito. Luego entró a formar parte de un club de periodismo del Mejía para luego ingresar en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central. De ahí al ejercicio periodístico, gran parte de su vida transcurrió en el seno del diario Hoy, hasta convertirse en uno de sus editores más respetados, hasta que el medio fue cerrado en agosto de 2014 por orden de la Superintendencia de Compañías, durante el gobierno de Correa. Después seguiría forjando nuevos proyectos comunicacionales hasta el momento de su fallecimiento en junio de 2021. Profesional meticuloso, que daba importancia a la búsqueda de datos, la faceta investigativa, las fuentes y el análisis detallado, en el ámbito literario se caracterizó por el autodidactismo y la voracidad lectora de todo cuanto considerara de interés y llegara de fuera.

En el trabajo de redacción, lo recuerdan como «una persona que lucía huraño; tenías que ganarte su confianza (…) En lo personal era discreto y daba la impresión de ser tímido y encerrado en sí mismo. En el fondo era pausado, reflexivo, enemigo de imponerse y armar grandes alharacas  (…) Una persona de pocas palabras”, en palabras de José Hernández. Y su vida personal, la esencia que más atesoraba, su vida estuvo ligada esencialmente con la también periodista Lorena Tatiana, quien señaló: “Jamás lo imaginé como mi pareja y él, tampoco me veía así pues éramos muy diferentes en todo sentido. Polos opuestos…. Un día a la salida de la U me dijo: ¿Sabes de que tengo ganas? ¿Yo le pregunté de qué? Y él me susurró muy suavemente: de besarte. Yo simplemente alcé los brazos en señal de que me daba igual, pero él ya me había tomado entre sus brazos y con suavidad me robó el beso más dulce que jamás nadie me había dado, ni siquiera en los siguientes años luego de nuestra separación”.

De las circunstancias previas a su partida, destacan que a «nunca le gustó visitar al doctor. Huía de los chequeos médicos de rutina y curaba sus dolencias con té de hierbas. Dos semanas antes de su muerte, Juan tuvo fuertes dolores de estómago a los que asoció con algún alimento que ingirió. El jueves 24 de junio los dolores de estómago se volvieron más fuertes: había sufrido de una ruptura de várices esofágicas que le producían un fuerte dolor de estómago. El sábado 26 de junio en la mañana su hermana Graciela lo llevó al Dispensario Médico y como las dolencias no fueron tratadas a tiempo, sufrió un paro cardiorrespiratorio que terminó con su vida. (…) Sus últimos días Juan Tibanlombo los pasó en su departamento en Quito rodeado de  plantas y junto a una cocina en leña, ubicada en la terraza de su casa, que le recordaban su infancia en San José de Camarón. Tenía rosales y se convirtió en experto en la dosificación del azúcar para alimentar a los colibríes».