¿QUIÉN SIGUE SIENDO EDUARDO MAZO?

Eduardo Mazo sigue siendo un poeta argentino nacido en 1940. Lo dejo en paradoja puesto que las escasas noticias que se tienen de él, datan de la información que a poco se va encontrado en páginas web, así como en la actividad de su perfil en las redes sociales.

Debe tener ya unos 80 años, pero en la más absoluta plenitud de militancia y compromiso. Un vuelo saludable desde que iniciara su periplo por tierras de España, a mediados de la década de los 70 del siglo pasado. Tiempos aquellos en los que las dictaduras asolaban una y otra vez el continente latinoamericano, así como los caminos de tales o cuales revoluciones.

Hace seis años me propuse escribir algo a medio camino entre la semblanza, la crónica y el ensayo, acerca de la vida y obra de este hombre al que tradicionalmente apodan como «el poeta de las Ramblas», a fe de que durante dos décadas venía organizando su certamen actual de poesía en el referido parapeto de Barcelona, la ciudad cosmopolita pero también el instrumento ideológico de ciertas cabezas sin fundamento.

Así lo hice. Un escrito que leído seis años después, no parece haber perdido frescura pero sí cierta sincronía temporal. No es para menos. Mazo siguió haciéndose viejo, mientras su poesía prosigue su particular periplo sin itinerario fijo.

En aquellos tiempos recalcaba el valor inmanente de sus versos, así como el firme compromiso social y crítica humorística que comportaban tales y cuales composiciones, distribuidas en diferentes ediciones que arrancaran desde principios de los ochenta. El poeta autodidacta así como sabio periodista que también colaborara como articulista en La Vanguardia para mayor utilidad de sus consabidos lectores.

Además con motivo de la ocasión presentada, incluí unos versos de Gómez Jattin, otro poeta colombiano consolidado que no pasa tan inadvertido para el público lector -este raro espécimen que lee poco y lo poco que lee depende más de la palmadita en el hombro que del talento mismo-.

Seis años después -como mencioné-, la poesía de Eduardo Mazo acude nuevamente al consejo de mis incertidumbres, con más canas en la cabeza y a resultas el temperamento tranquilo y contemplativo.

He recobrado una entrevista que realizara a Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, allá por el año 2004 en la ciudad de Buenos Aires, de la cual rescato la particular e inocente aversión que el escritor argentino sentía por los niños, en palabras de su mujer:

«Cierta vez viajábamos en avión con Borges en una situación similar, acompañados por un niño que lloraba y lloraba. La azafata se inclina sobre él oye a Borges decir “Herodes, Herodes, ¿ dónde estás?” Le oye decir eso y sonríe».

Pero también volví a tomar de la estantería aquel viejo libro que me permitió entrar en la figura de un poeta desconocido hasta entonces. La anécdota esta convenientemente rememorada en la crónica de hace seis años.

A aquel «Autorizado a vivir» editado a principios de los 80 y adquirido en una lejana Feria del Libro de Bilbao, sumé hace unos días «Prohibido vivir» que contiene extraordinarias brevedades como las siguientes:

«Salgo con una muchacha bajita
para poder mirar a las otras mujeres
sin que se percate»

«Un ratón es un pedazo enorme de tiempo
con una cola así de pequeña»

«La muerte es la memoria ajena»

Poemas con la respiración contenida. Breves. Con una longitud que oscila entre uno o varios versos. Aforismos. Pequeñas e irresolutas verdades. Caricias para la amante o bofetadas para la injusticia social. Burócratas reducidos al esperpento. Una crítica profunda al interés y vanidad humanas. Mazo tiene de todo pero bueno, como en la botica del mejor y más veterano farmacéutico.

Julio de 2020

Fuentes:
http://web.archive.org/web/20070818214738/http://eduardomazo.com/default.asp?s=212

¿QUIÉN ES EDUARDO MAZO?

Un poeta argentino. Autorizado a vivir. Como una de sus obras. Que nació en Buenos Aires y, después, parece ser que era o es uno de los acostumbrados en las Ramblas de Barcelona, que en el año 2005 celebraba sus más de veinte años de actividad por allá, entre castaños de Indias, plataneros, artífices de la cultura callejera, habitantes, fuentes de no sé cuántos caños y albedrío de sombras.

Como en cualquier leyenda urbana, me atrevería a añadir: nadie sabe dónde vive, cómo localizarle, cuál es su sonrisa a estas horas de la mañana y dónde está ahora. Sin embargo, en las redes, abunda el efecto de catarsis en quién lo ha encontrado, adquirido uno de sus poemas o leído. Inclusive saludado.

¿Quién es Eduardo Mazo? La pregunta tiene una respuesta impensable: parece ser que iba yo, por el Arenal de Bilbao. Creo que acompañado. Hace muchos años. Tantos que todavía no tenía canas, sino alguna que otra ligera pajarera. Iba acompañado y en la plaza bilbaína, por donde también caminara don Miguel de Unamuno, habían instalado las típicas casetas para la feria del Libro. No me pregunten cuánto. Es imposible una respuesta para la que el recuerdo deja un viento de sorpresa. Me encontré, como otros tantos internautas, un libro de entre todos los que llamaron mi atención. Éste libro, además, venía acompañado de una sospecha de «subversividad», por denominarlo de alguna forma. Una imagen como de delincuente político, detenido por atentar contra la falta de cordura de cualquier régimen autoritario, en el que viene plasmado el nombre, la estatura, la edad, la nacionalidad y un sello que le autoriza a vivir. Delincuente no: disidente o, simplemente, hombre libre. Ese libro tenía que ser para mí. Lo adquirí. Y allí quedó. Hasta hoy en día, en que una amiga de Caldas, en las afueras de Medellín, me deja las palabras de un tal Raúl Gómez Jattin, del que añado «tal» porque desconocía quién era:

«Los poetas, amor mío, son
Unos hombres horribles, unos
Monstruos de soledad, evítalos
Siempre, comenzando por mí.
Los poetas, amor mío, son
Para leerlos. Mas no hagas caso
A lo que hagan en sus vidas»

Entonces pensé. Un hombre de corta o larga cabellera que escribe eso, no debiera pasar desapercibido. Le respondí que formaba parte de esa pléyade de malditismo en que concurren Bukowski o Leopoldo María Panero. En cómo la vida es llevada a las peores circunstancias para encontrar en ella la más intensa poesía. Pues qué es poesía sino la transcripción de una vida intensa. Entonces debo matizar: en cómo la poesía es llevada a las circunstancias más intensas. Y claro, ahí me acordé de Eduardo Mazo.

¿Quién es ahora Eduardo Mazo? Una pregunta para la que, la respuesta es igual de enriquecedora y sorprendente, más allá de la anécdota. Él tiene una página hecha por su hijo homónimo, en nombre y apellidos, por dónde destila gran parte de su obra y pensamiento. Por él sabemos de su vinculación con Buenos Aires, con las Ramblas de Barcelona y con una ponencia que dio en un Congreso al que también asistió Ernesto Cardenal. Al respecto, tuve que navegar por los entresijos de la red para penetrar en las mentes de quienes, como señalé, lo encontraron.

En ese sentido, un tal Felipe Sérvulo, al que tampoco conozco, dejó escrito el 29 de junio de 2007: «Eduardo es un poeta que exhibe sus composiciones en grandes paneles de madera en el paseo. Es el paradigma de argentino bohemio: ha sido vendedor, psicólogo, periodista, político del Partido Peronista… Edita y vende sus propios libros, debido al poco apoyo que los editores dan a los artistas de verdad, dice. Su aspecto parece sacado de una película de tangos de los años cincuenta: delgado, sesentón, con pañuelo al cuello y gorra ladeada con la normal chulería en estos casos. Locuaz, como buen bonaerense, simpático y humano. Es, también, un poquito presumido: dice que sus poesías se las han inspirado tantísimas mujeres como le han amado y que él se las dedicaba a ellas».

Es el poeta de las Ramblas. Sabemos de él hasta el año 2007. Pero duermo. Sigo despertando. Bostezo. Agiganto los brazos en ambas direcciones. El sol es manifiesto. Abro bien los ojos y encuentro otro comentario más próximo en el tiempo, el 12 de diciembre de 2013, día en que no sé si la vida es viernes, pero para la autora que lo describe sí: «yo siempre he sido un poco pesada y bastante curiosa…y «curioseando» hace ya unos años encontré un libro muy viejo en las estanterías del salón. Autorizado a vivir de Eduardo Mazo. Un libro subrayado en varios colores y con frases tan bonitas como estas». Sí, y Paula dejo estos aforismos, como salidos de la mente de un visionario lírico:

Lo malo de la muerte es que, casi siempre, nos encuentra viviendo
¿Qué quieres? ¿Ser mi amiga después de haberte ido?
Me pides demasiado: soy fiel a mis amigos
Hay gente que no puede vivir con el televisor apagado
Te quiero tanto que es poco
Lo imposible está al caer

Todo eso y más es Eduardo Mazo. Es una tomadura de pelo contra el propio concepto de la poesía en que podríamos caer hoy en día. Tomadura de pelo porque estamos más acostumbrados al panfleto erótico, a los exotismos semánticos disfrazados de humildad y ¿no hay mayor placer poético que escarbar y profundidad en la sencillez? Algo que pocos poetas alcanzan. Y por fin me encuentro con un poeta que concluyó en ello sin necesidad de sentarse en la orilla de una vereda, con una botella de cerveza medio vacía, contando los números del tránsito y pensando en dónde va a dormir al raso la noche presente porque no dispone de otro lugar al que ir.

Afirma Eduardo Mazo en su página: «Leer un poema. No importa cómo. Antes, el poema, tal vez, estaba en la rupestre figura de un bisonte que nos enviaba un mensaje de plástico lenguaje, después encontramos al poema en un papiro o en unas tablas reverenciadas, luego vinieron los papeles que los árboles nos ofrecían para expresarnos, y hoy, tus pupilas reflejan el poema que alguien te acerca en el monitor de tu ordenador. Ya ves, no importa cómo, no importa cuándo, no importa dónde. La poesía no ha muerto».

La poesía no ha muerto en nosotros. En quienes la leemos más allá de la modernidad o del presunto monopolio de ella por parte de los hipster o la contracultura o lo que nos dictan que es tendencia o con la relación que existe entre la condición de poeta y el número de libros publicados. En el otro lado, considero que por el mero hecho de escribir en verso, tampoco se adquiere la condición de poeta. Con los años me he dado cuenta de mi propio egoísmo al considerarme poeta cuando tenía 18 años, pero en el momento en que transcurren dos décadas dedicadas a la lectura, el conocimiento y la búsqueda de respuestas sí. Soy poeta, aunque no haya publicado lo que he querido. Soy poeta porque me disculpa la inquietud por poetas como el presente.

La poesía de Eduardo Mazo es imprescindible sin lugar a dudas. Está en boca de muchos. Comenzando por quienes paseamos o lo hubimos hecho, por las Ramblas. Quien escribe poesías como la presente, y a su vez, quienes lo leemos, creamos el deber de sentirlo.

Febrero de 2014