PÍO PERENNIS

 
 


Pío de Sajambre al atardecer. Norte de León.

III

PÍO PERENNIS

El pueblo es como un árbol de piedra perenne . Con los hijos de los hijos que son toda la vida de aquel lugar. Hijos  tan naturales como los juilgueros que cargan con sus siete colores por las arboledas. Pareciera que siempre han estado allí. Naciendo y criando entre horreos, cuadras y tendido eléctrico. Hijos que cambian de nombre pero no de apellido. Hijos que iluminan el cielo de cada año.

Parece que nada cambia o, aún así, no son perceptibles las diferencias. Los hijos tienen sus nietos. Las sombras disponen del sujeto que las alumbra. Las puertas se abren y cierran. El panadero sigue viniendo con la misma relativa frecuencia, aunque en una furgoneta y no en motocarro, o siquiera de caminata, dejando evidencia oral de la mercancia que trae o, como ahora, cambiando las cuerdas vocales por el bocinazo incandescente del vehículo, casi a las diez y cuarto de la mañana, como si tocaran para el rancho.

Las cosas no cambian. Los jilgueros siguen volando igual. Febriles. Acotando su canto. Escapando del vecino que quiere atrapar sus nidos a comienzos de junio. Y los hijos corretean a fuego lento por las callejas, sin solicitar peaje, trazando su andadura al mismo ritmo que el surco del agua recién caída. El tiempo es una sucesión de hitos transparentes. Los apellidos se perpetuan. Los más recientes nacen del mismo vientre y se conjugan con la saliva de los sexos opuestos de otros pueblos del mismo valle. Como una suave vallegamia donde parece que todo perdura con el ritmo y habitualidad de las estaciones.Los jilgueros mudan su pluma. Los hombres se abrigan en mayor o menor medida. El fuego del sol rastrea las pieles todos los veranos y se esconde detrás de los collados en invierno. Los arroyos bajan con el agua que imploran las nubes.

El pueblo está hecho para que las mansas tejas permanezcan. Para que uno se detenga y se vea a sí mismo, detenido, de la mano de la inmovilidad. Ojos prietos. Alrededor nada muere. Todo sigue su trasiego habitual. Con habitantes que despiertan con el alba y vuelven de sus labores con el crepúsculo. Con jilgueros que usan la lengua para volar. Con viento perceptible o ausente.

El cambio es un espejo que devuelve la misma imagen con diferentes matices. Un sólido espejismo. Qué mejor que un pueblo para darse cuenta. Que podemos estar aquí toda la vida, hambrientos de lentitud y como si la realidad, en su manifestación más sólida y profunda, pudiéramos apreciarla así. Que la vida está siempre y se queda, como nos quedamos nosotros con ella. Que todos los días el jilguero pía junto al canalón. Que si no te como a besos podré hacerlo mañana a la misma hora. Que si no soy yo, lo harán mis hijos o mis nietos, con sus zapatitos más pequeños.

 

Imaginado en León, un 7 de agosto de 2008

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Pío de Sajambre es un pueblo del norte de León, muy cerca de las estribaciones de los Picos de Europa. Sembrado con unos pocos habitantes. Una vez allí, e inserto en el medio como si fuera un insecto más de la colonia salvaje o un oso solitario que rebusca manzanas salvajes entre las hayas y fresnos, nada parece que cambia. Pueblos de mi país que, en sí mismos, no se diferencian de los ámbitos rurales de otras geografías, en la medida en que la lentitud, rutina, contemplación, sabiduría y ritmo son características comunes a todos ellos, por citar algunos ejemplos. También, acostumbrados a la globalización, supone otra importante connotación: el pueblo es un reducto de la preservación de las tradiciones, tan necesarias para identificar y distinguirse entre sí.

La cultura popular ha sido denostada porque se ha identificado tradicionalmente con el campesino de boina y azada, de natural inculto y que no acostumbra a leer salvo los salmos de la misa. Pero ahora corren tiempos en que lo popular se enarbola como bandera de reclamo turístico y regreso a nuestros ancestros. Es por ahí por donde los pueblos empiezan a reconocerse como algo valioso y singular. Pero para muchos de nosotros, el pueblo es sinónimo de nuestros padres, abuelos, bisabuelos y una larga lista de ascendientes que se pierde en la vereda de los serrijones genealógicos.

En esa medida, los pueblos nos dan mucha de la razón de ser que hemos perdido y a que veces es de justicia recordar, no tanto para sentirnos originarios de un lugar, o adalides de una reivindicación política, sino para mirar la línea que tejemos en la vida. Razón que es dificil explicar. Solo sabemos evocarla y describirla a través de los sentimientos y de la memoria colectiva de los nuestros. Tiene un sabor poderoso y dulce, tanto si es buena como mala.

Los pueblos nos han parido, mire por donde se mire. Pero también son una realidad frágil y en desuso. Los hijos de los hijos solo van de año en año. Quedan pocos mayores. Los tejados se hunden. Los caminos se empañan. Son la contracorriente de todo lo que en nuestro devenir es común: la luz ultravioleta del metro, la ciudad, el desempleo, la comida rápida, la dictadura televisiva o el genocidio publicitario.

Pero a veces, somos capaces de huir, bien cerca, al otro lado del hormigón, por iniciativa común o invitación de algún ser querido que nos acoge. Entonces, cuando te despiertas y tu mano derecha está sobre un viejo jergón, te das cuenta que: lo que nuestra abuela o madre nos ha contado está más cerca de lo que pensábamos. Este breve cuento da idea de ello, pero también de muchas mas inquietudes, que aumentarán en número en cuanto que cada par de ojos que lo lean y oídos que lo escuchen dispondrá de un número creciente, a su vez, de analogías y curiosidades.

Puede aportar un valor altamente esclarecedor, de acercarse a una realidad tan distina de la leída, la de nuestra vieja península, para aquellos que no viven aquí y les llega otra realidad bien diferente y bastante desajustada. También da buena cuenta de una noción, como es la "filosofía perenne" o "philosophia perennis", de la que es la primera vez que escucho el nombre, pero que fue acuñada por Aldous Huxley y entre cuyas afirmaciones señala que: "el hombre posee una naturaleza doble, un ego fenoménico y un ser eterno que es hombre interior, el espíritu, el destello de divinidad en el alma". Es decir, el soporte de la carne, materíal y físico, sujeta a los rigores de la mortalidad; y la consistencia del alma, inmaterial y espiritual.

 

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8 comentarios el “PÍO PERENNIS

  1. NO NAME dice:
    ¿Te has dado cuenta de la importancia de la letra P en este texto?

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  2. NO NAME dice:
    Q lugar tan más lindo y la foto hermosa.

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  3. NO NAME dice:
    Para volver, para quedarse

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  4. NO NAME dice:
    Tus palabras volcadas en este hermoso espacio me ha llevado al igual que la musica a ese lugar de ensueño!!! Me quede volando en algún lugar … y creo que es por aca .. ojala pudiera estar por ahi .. y disfrutarlo!!! Besos de tu nueva amiga que ha disfrutado mucho este lugar!!! Fernanda

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  5. NO NAME dice:
    Los tejados teñidos de rojo me hacen pensar en todas esas familias con hijos que se han

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  6. NO NAME dice:
    Vicente Gervasi. De Venezuela.

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