EL TIEMPO

Durante casi dos años he permanecido en el Ecuador de muchas cosas. No sólo en el país del mismo nombre. También en las gentes y con cierta tendencia a la nostalgia. Cuando uno se regresa cada parte -lo que has dejado y los que allí están- sigue su curso inexorable. Entonces el afecto se convierte en algo superfluo. Algo a lo que antes has podido dar demasiadas vueltas, porque la coyuntura ha sido otra más favorable.
 
En la bonanza el viento se enquista con suavidad. Todo fluye. Las ventanas. La sonrisa de los amigos, aunque no sean todos los que están y estén muchos más de los que son. De todo ello queda una experiencia variopinta y sacudida por un torrente enérgico. ¿Es mejor dejarse llevar por él u olvidarse momentaneamente para no caer en sus garras?
 
Está claro que nadié le dará tantas vueltas al sentido que puede tener una cascada, sino a otros aspectos más prácticos y racionales: precariedad laboral, buscarse el pan de mañana, continuidad en la obtención de ingresos y búsqueda de una seguridad en todos los sentidos.
 
Soñar ha dejado de ser una actitud práctica. Es más problable oir, ver y callar un poco.