AMÉRICA

Viento
de américa

cuántas fauces despiertan
cuando bostezas
en los páramos
de Quilotoa

mi charango
inútil

mi parca
huella

aún no saben decirte
qué numero de olas
caben
entre las acequias
de Tonsupa
y los naufragios de Isla Negra

viento
íntimo

desembarqué
con una gavilla dorada
y conversé
ciegamente
con Huidobro y Neruda
con los tres Montalvos
con la blanca Mistral
con las llamas de la acémila

viento
de las alturas

comí
de las uvas del Parral
de los cerros graves de Temuco
de las haciendas de Curicó
de las lenguas dilatadas

viento
otavaleño

hoy
todo lo que poseo
para llevarme a la boca
es
tu soplo árido

pero
me dejaste un rástro sórdido
en los labios
y mis palabras
te persiguen
como un manso rebaño

viento
juyai, juyai

viento
llakini, juyani

EL TIEMPO

Durante casi dos años he permanecido en el Ecuador de muchas cosas. No sólo en el país del mismo nombre. También en las gentes y con cierta tendencia a la nostalgia. Cuando uno se regresa cada parte -lo que has dejado y los que allí están- sigue su curso inexorable. Entonces el afecto se convierte en algo superfluo. Algo a lo que antes has podido dar demasiadas vueltas, porque la coyuntura ha sido otra más favorable.
 
En la bonanza el viento se enquista con suavidad. Todo fluye. Las ventanas. La sonrisa de los amigos, aunque no sean todos los que están y estén muchos más de los que son. De todo ello queda una experiencia variopinta y sacudida por un torrente enérgico. ¿Es mejor dejarse llevar por él u olvidarse momentaneamente para no caer en sus garras?
 
Está claro que nadié le dará tantas vueltas al sentido que puede tener una cascada, sino a otros aspectos más prácticos y racionales: precariedad laboral, buscarse el pan de mañana, continuidad en la obtención de ingresos y búsqueda de una seguridad en todos los sentidos.
 
Soñar ha dejado de ser una actitud práctica. Es más problable oir, ver y callar un poco.